13 DE JULIO: EL DIA QUE EL ROCK GRITÓ LIBERTAD
Una fecha con el volumen al máximo
El 13 de julio no es un día cualquiera en el calendario cultural. Es el Día Mundial del Rock, una celebración que vibra con guitarras distorsionadas, voces rasgadas y corazones indomables. Pero ¿por qué este día? ¿Qué lo convierte en símbolo de rebeldía y le da resonancia histórica? La respuesta está en un concierto que desafió el sistema: Live Aid, 1985, un evento benéfico que unió a las leyendas del rock en un mismo grito de solidaridad planetaria.
Sin embargo, en un mundo donde el algoritmo decide qué escuchamos y los grandes sellos repiten fórmulas como si fueran fotocopias, el rock ha pasado a ser para muchos un eco del pasado. Pero ¿y si te dijera que sigue vivo, escondido en los márgenes, rugiendo en sótanos, en fanzines y en almas que no quieren bailar al ritmo del mainstream?
Para ilustrar esta entrada he elegido "Rockin' in the free world" de Neil Young. Publicada en 1989, en plena era Reagan, está canción es un grito ácido contra el cinismo institucional, la hipocresía del "mundo libre" y la desesperanza maquillada de progreso. Con sus guitarras crudas y una letra cargada de crítica, funciona hoy como una declaración viva de principios: seguir tocando, seguir gritando, incluso cuando todo parece apagado. Porque el rock no es solo música; es una forma de no rendirse
Y aquí es donde entra la magia de Queen y su musical "We Will Rock You", una historia que —aunque parece ciencia ficción— habla muy en serio de lo que está en juego cuando perdemos la música libre.
Un futuro sin rock y la memoria de un grito colectivo
En We Will Rock You, nos encontramos en un futuro distópico donde la música auténtica ha sido borrada. Las masas consumen contenido vacío, generado por algoritmos y corporaciones. Nadie compone, nadie improvisa. Todo es copia y repetición. Solo unos pocos rebeldes, los Bohemians, creen en la existencia de una música perdida que hablaba de libertad, deseo y revolución. ¿Te suena?
¿Piensas que es exagerado? Tal vez no tanto. En ese 13 de julio de 1985, artistas como Queen, U2, David Bowie o The Who no solo tocaron ante miles en Wembley y millones en televisión; le recordaron al mundo que el rock podía conmover, movilizar y transformar. El Live Aid fue mucho más que un concierto: fue una declaración de principios, un testamento del poder colectivo que tiene la música cuando no obedece más que a la verdad del alma.
Ese mismo espíritu acaba de resurgir, cuando Ozzy Osbourne y Black Sabbath ofrecieron su concierto de despedida definitivo en Birmingham, titulado Back to the Beginning. Un evento monumental que no solo reunió a 45.000 personas en vivo en Villa Park, sino que fue seguido por más de 5 millones de espectadores en streaming alrededor del mundo. Ozzy, con 76 años y diagnosticado con Parkinson, cantó desde un trono, convirtiéndose en un símbolo de resistencia absoluta. El evento fue organizado y dirigido artísticamente por Tom Morello, y recaudó 190 millones de dólares, destinados íntegramente a organizaciones benéficas como Cure Parkinson’s, Birmingham Children’s Hospital y Acorns Children’s Hospice.
No estamos muertos, solo fuera del radar
El Día Mundial del Rock debería servirnos de recordatorio: no todo está perdido. Mientras haya quien se atreva a cantar lo que no conviene, quien rompa con la armonía impuesta, quien escoja una guitarra sobre una pantalla, el rock seguirá latiendo. Y no solo como estilo musical, sino como actitud, como forma de ver el mundo.
Así como Galileo Figaro y los Bohemians en el musical buscaron las pistas de una era libre, nosotros también podemos rastrear el alma del rock: en los vinilos polvorientos de un mercadillo, en los conciertos autogestionados, en los blogs que no se venden, en cada riff que incomoda.
Porque el 13 de julio no es solo el Día Mundial del Rock. Es el día en que recordamos que el ruido, a veces, es la forma más clara de decir la verdad.
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